
Óleo sobre lienzo, 110x171,
Berlín, Palacio de Charlotenburg
Esta obra de Caspar David Friedrich nos muestra un paisaje solitario y majestuoso. La composición nos refiere aun punto de vista novedoso, pues desde un acantilado un pequeño punto acapara el interés. La figura de un monje ocupa sólo un uno por ciento de la superficie pero es el lugar desde donde se aprecia todo el paisaje desolador y abrumador. El mar inmenso y el cielo encapotado están realizados en tres capas de color, esta característica de las superficies representadas la hacen una obra fuera de lo corriente y que encuentra sus consecuentes diez años después en un cuadro de similar temática, “El Perro” de Goya, donde, al igual que en el cuadro de Friedrich la cabeza del perro ocupa la mínima superficie de la totalidad del cuadro.
La composición es sencilla y horizontal y todos los puntos convergen en uno central y situado en la parte inferior del cuadro; la figura del monje. Desde ahí la mirada se dirige al resto del cuadro y se contempla el paisaje abrumador. Friedrich, de esta manera, sitúa al espectador en la piel del monje y lo involucra en la escena.
Emplea la técnica al óleo sobre lienzo lo que confiere carácter a la pincelada y la hace fuerte y profunda destacando el uso de una paleta de colores escasa, en la que sobresalen el uso de los tonos tierra en primer plano, los azules y violetas mezclados con negro en el resto de la composición.
El monje se encuentra frente al mar; ante él la inmensidad del cielo y el mar nos muestra lo sublime de su grandeza y extensión casi infinita. El paisaje abruma a la pequeña figura que lo contempla. Solo vemos agua, cielo, tierra. Posiblemente al monje, ante tal inmensidad, se le presenta la duda de si no será absurdo buscar algún sentido a la vida. Se siente expuesto ante una naturaleza desmesurada que le supera, que supera al ser humano y su supuesta superioridad.
En esta escena, Friedrich nos suma al sentimiento del romanticismo que eleva a la naturaleza al estatus de lo supremo y hace que el hombre sea un pequeño ser indefenso entre tanta grandeza. El monje siente la desesperanza y la duda, y de este modo el pintor se adelanta a la evolución artística de su época. Sus obras no son imágenes de la naturaleza sino de un sentimiento metafísico. El primer plano y el fondo, separados por el abismo se relacionan entre sí. Lo que nos remite a Dios entre el hombre y la naturaleza.
Rompe con el academicismo imperante y con las normas mesurables del neoclasicismo y se adentra en la incertidumbre del sentir romántico que no busca lo bello sino lo sublime.
Aunque, a parte de este sentir vemos además una alegoría política. Friedrich en esta época refleja su sentimiento patriótico antinapoleónico y el desencanto con la posterior restauración en sus obras y esta es una de ellas. Por esa razón el rey prusiano la adquirió junto a “Abadía en el robledal” en 1810.
Caspar David Friedrich fue el representante de la pintura romántica alemana destacando con sus paisajes desde un primer momento. Perteneció a las primeras huestes de artistas libres que pintaban por sí mismos para un mercado libre de galerías de arte que difundían sus obras y no por encargo. Esto hizo posible su total libertad plástica en sus temas y composiciones. Como precedente podemos señalar a Durero sin embargo Friedrich se inspira en paisajes reales que conoció, lo que dotó a su obra de un profundo realismo.
Su obra fue muy valorada en su época aunque en la segunda mitad del siglo XIX el público fue olvidando su obra. Hacia 1860 fue redescubierto por los pintores simbolistas en sus paisajes visionarios y alegóricos. Y hoy en día es uno de los artistas más renombrados del romanticismo decimonónico.
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